Empieza a atardecer y el tren va rápido. Aún así puedo ver como empieza la primavera a visitarnos.
En los árboles se mezclan distintos tonos de verde con amarillo. Veo tierras marrones humedecidas por el regadio de la tarde, y las cañas y juncos me indican la proximidad del rio.
Lo sobrepasamos volando.
El cielo empieza a adquirir por el horizonte ese tono anaranjado y amarillento, mientras que en lo alto ya se puede ver alguna estrella.
Desde aquí no lo noto, pero la brisa que barre las hojas de la superficie de cemento y hace que los matorrales se balanceen suavemente, debe ser fresca, pero no molesta.
Al fondo diviso un caserón viejo. Me encantaría estar allí, pero no me hace falta cerrar los ojos para evadirme... porque en mis oidos suena un gran poeta:
En los árboles se mezclan distintos tonos de verde con amarillo. Veo tierras marrones humedecidas por el regadio de la tarde, y las cañas y juncos me indican la proximidad del rio.
Lo sobrepasamos volando.
El cielo empieza a adquirir por el horizonte ese tono anaranjado y amarillento, mientras que en lo alto ya se puede ver alguna estrella.
Desde aquí no lo noto, pero la brisa que barre las hojas de la superficie de cemento y hace que los matorrales se balanceen suavemente, debe ser fresca, pero no molesta.
Al fondo diviso un caserón viejo. Me encantaría estar allí, pero no me hace falta cerrar los ojos para evadirme... porque en mis oidos suena un gran poeta:
[...]
de leña seca su ropaje,
petenera su lamento...
en carne viva el carruaje que la lleva a sus adentros
la sonrisa despeinada de ir en contra de los vientos,
de ir en contra de los vientos
[...]
"Petenera"_Las acera están llenas de piojos_Marea.
Mantengo los ojos abiertos, escondidos tras las gafas de sol, creando una batalla mientras estoy en aquel caserón... a ver que llega antes:
- perderlo de vista por la velocidad y los giros del tren,
- o por parpadear después de que mis ojos se hayan llenado de lágrimas.